No existían los problemas, ni las preocupaciones, ni los quebraderos de cabeza.
Nadie estaba sentado, ni mucho menos. Todos alzaban sus manos, como si pudieran tocar el cielo con las yemas de los dedos. Saltaban como si quemara el suelo, como si acecharan miles de pinchos bajo sus pies.
Sólo existía ese momento, ese día, justo así, soltando sus carcajadas al infinito.
La felicidad estaba en el aire.
La luna formaba en el cielo una fina semicircunferencia, dándole todo el protagonismo al deslumbrante brillo de las estrellas, que se habían decidido a salir sin miedo aquella noche. Alejandra , que las vio a través de la ventana, hipnotizada por su magia, decidió salir a contemplar la espectacular oscuridad.
Respiró profundo, inhalando toda la esencia de aquella noche de verano.
Entonces apareció él, que delicado, se acurrucó a su lado. No dejaba de mirarla.
- ¿ Cómo no puedes estar mirándolas? ¿ Acaso no te das cuenta de la preciosidad de noche que se presenta ante ti? Es increíble.
- Perdona, pero no puedo creerme que haya algo más bonito que tus ojos.